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NEW VIDEO: The EASIEST Way to Stop Gaming

[ES] La historia de ****


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****, también conocido como @Hitaru, ese soy yo. Este post fue escrito el 21 de agosto de 2017. El 1 de septiembre, a las 20:00, habrán pasado 400 días desde que "borré" (cambiando mail y contraseña) permanentemente mi cuenta de Steam. El 9 de septiembre cumpliré 23 años. Será mi primer cumpleaños tras completar el detox (90 días o más sin juegos). Puede que sea también el primero que celebre de verdad.

Desde que encontré esta comunidad me comprometí con este proyecto. Game Quitters se ha convertido en mi familia, y no me avergüenzo de decir que me salvaron la vida. Como metáfora, pero también estoy seguro que como algo más. Si en el momento decisivo en el que pensé en voz alta "¿Me tiro por un puente o dejo los videojuegos?" hubiera decidido otra cosa, o hubiera dicho "Mañana lo pienso", no estaría escribiendo este post. Quizá no estaría aquí, a secas.

Ahora abro este diario para que futuros quitters, familiares de jugadores y amigos de nuestro proyecto en el mundo hispanohablante puedan conocer mi experiencia, qué me sucedió, cómo llegué a mi momento más bajo y qué ocurrió después. Y ya en el presente contar, espero, nuevas victorias. Para poder advertir y también animar a los que están pasando y pasaron por lo que yo pasé, decirles que hay esperanza.

Para aportar a mi familia que no lleva mi sangre y agradecer lo que hicieron por mí, compartiendo mi historia.

La primera vez que escribí aquí estaba aterrorizado por que alguien pudiera reconocerme algún día. Ahora escribo con orgullo. Antes contaba con la seguridad de que casi nadie de mi entorno sabe inglés (todavía tenemos que ponernos al día, los hispanos). Ahora si leyeran este diario sabrían perfectamente que soy yo, el **** que conocen, de la calle, de la escuela, de compartir apellido. Pero siento que ya no tengo miedo de la verdad, de las veces que me equivoqué o hice el ridículo, o tomé decisiones estúpidas como todo el mundo. Leer otros diarios me ayudó mucho, pero sobretodo lo más importante fue empezar a hacer algunas cosas bien, esas que en el fondo, muy al fondo de mi cabeza me estaban gritando que tenían que hacerse, que no podían esperar más. 

Algunas voces siguen gritando, pero es un proceso. No, no es solamente una cuestión de dejar o no los videojuegos, los juegos son una herramienta, una muleta en la que te apoyas, un síntoma de algo más grande. En realidad esto va de tomar y asumir un cambio, de base, por iniciativa o (por desgracia mucho más frecuente) desesperación. Adoptar un estilo de vida en el que te responsabilizas de tu propia felicidad y afrontas de verdad lo que te pasa. Si puedes hacerlo con juegos, estupendo. En serio. No son drogas, son juegos; ve y diviértete con salud, si realmente puedes. Pero si estás aquí es porque quizá necesitas decirles adiós, tal vez para siempre. Y no te voy a engañar, es una decisión dura y se pasa mal. Sobretodo al principio.

Esta historia habla de mi, pero seguramente también va sobre ti. No cuento nada distinto a otros quitters: rechazo, miedo, frustración, procrastinación (una palabra que quizá no conoces pero que seguro vives), huída. Adicción. Todas esas cosas las he vivido yo, al igual que el resto de los miembros de la comunidad. Prácticamente lo único que nos diferencia son nuestras aficiones en el mundo real y el idioma que hablamos. Por eso ahora espero llegar a más personas hablando en nuestro idioma nativo. 

Todo lo que insista es poco, aprende inglés si no sabes ya. El conocimiento de todo el mundo (en Internet por lo menos) está en inglés. No habría podido encontrar a esta familia si no les hubiera podido entender. Y seguramente seguiría jugando. Supongo que saber inglés también me salvó la vida. Estudia, fórmate en algo que te guste cuanto antes, para poder empezar a llenar el vacío de los videojuegos. Al final, ese vacío no es otra cosa que tu vida pasando sin hacer nada. Llénalo con algo. Vive.

Ahora vas a leer cómo yo no vivía y cómo, literalmente, empecé a vivir.

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HISTORIAL DE EDICIONES Y "DISCLAIMER"

(en el texto marcado como 'Spoiler')

Spoiler

- 26 de mayo de 2018.

Primera Edición: Esta entrada, al igual que todas las entradas de mis respectivos diarios en cualquier idioma, contiene apreciaciones, opiniones y sentimientos personales que a veces pueden ser (o ser interpretados como) arbitrarios, despectivos o injustos.

(Y muchas quejas sobre mi madre, que pueden ser o ser interpretados como arbitrarias, despectivas o injustas, de las que me disculpo profundamente de antemano porque el 99 por ciento de ellas lo son).

Puede darse el caso de que escriba condicionado o influenciado por sentimientos, pensamientos o prejuicios, "en caliente", de los que después reconsidere, me arrepienta o cambie de opinión, en el futuro inmediato, cercano o lejano. Mi política personal es borrar y editar lo mínimo posible, por lo que estas opiniones y pensamientos pueden permanecer tal y como se escribieron en su momento y ser obsoletas. Si se diera el caso de que tuviera, quisiera o pudiera compartir mi historia en ámbitos de largo alcance (ej. medios de comunicación o la página de Facebook de Game Quitters en Español) siempre intentaré adaptarme a una audiencia y formato, omitiendo detalles innecesarios, reflexiones sobre las que no estoy totalmente seguro (que son muchas) y expresando las opiniones, pensamientos y sentimientos que tenga en ese momento, que pueden o no corresponder a las que haya expresado en el pasado (inmediato, cercano o lejano). 

Cosas que he escrito aquí pueden ser borradas con el propósito de ser expandidas y transformadas en artículos, posts, escritos y otras formas de material basadas en el escrito original. En principio no tengo pensado borrar cosas que he escrito por mi política personal antes mencionada (prefiero dejarlo escrito para recordar lo que pensaba y/o dejé de pensar), pero tampoco tengo obligación de prometer que no borraré nada por cualquier motivo. 

El contenido que considero secundario o que tengo pensado re-convertir o reutilizar por lo general está metido dentro de cuadros de "spoiler", pero también puedo recortar o re-escribir frases o fragmentos de otras entradas y hacer un revuelto de todo un poco, según vaya surgiendo.

Cosas que he dicho, jurado o perjurado que iba a decir o hacer pueden no suceder, por motivos internos (cambio de opinión u otros) o externos (cosas de la vida en general).

En resumen, no solo escribo para compartirlo, sino para entenderme a mi mismo, es un proceso en el que puedo equivocarme o cambiar de opinión y queda avisado de antemano que lo haré, seguramente muchas veces. 

 

- 9 de noviembre de 2021. 

Eliminado mi nombre antiguo del título y el texto. Sigue apareciendo en otras partes de la comunidad y no tengo la intención (ni la capacidad) de borrarlo por completo, pero prefiero darle un perfil más discreto y verlo el menor número posible de veces. 

 

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Extra 1: Para los padres, y para mis padres.

Spoiler

 

Mis padres nunca entendieron lo de los videojuegos. Nunca lo entendisteis.

Nuestra comunidad surgió en el mundo anglosajón: Cameron Adair, el fundador, nació en Canadá, y una mayoría de nuestros miembros es, y quizá siempre será, de Estados Unidos. A diferencia del mundo hispanohablante, hay algo que los países de habla inglesa (salvo los africanos) tenían en común durante la segunda mitad del siglo XX: democracia. Los padres de Cam, a diferencia de los míos, no conocieron a Franco; ni a Pinochet, Videla, Stroessner, Castro... solo los vieron por la televisión.

¿A que viene esto?

Porque, curiosamente, a pesar de vivir toda su vida en libertad, con otro idioma, otra cultura, otros valores y un océano de por medio, los padres de Cam reaccionaron de una manera sorprendentemente parecida a los míos cuando se enfrentaron a nuestra adicción. Porque era una adicción.

En pocas palabras, no tuvieron ni idea.

Quizá sea porque la gente de vuestro tiempo, padres, tenía una especie de mentalidad común más allá de la política o la sociedad. Crecísteis con un fuerte sentimiento de responsabilidad otorgada que muchas veces no se discutía: había cosas que simplemente había que hacer.

Y ay del que osara contradecir al abuelo, o al maestro de la escuela. 

Creo que esta mentalidad ha desaparecido de nuestra generación en general. Las cosas pueden no hacerse, por surrealista (e irresponsable) que parezca a primera vista. Hay veces que las cosas, aún haciéndose "como Dios manda", salen mal. Eso mostró la crisis de 2008 a los universitarios de todo el mundo. Por eso, ante la incertidumbre, al menos es bueno saber por qué lo estás intentando.

Ya no consiste solo en tomar la decisión. Hay que adueñarse de ella, parirla, hacerla de uno, ser su maestro y propietario. Apelar al deber "ciego" ya no funciona como antes. Sobretodo cuando el hambre no aprieta, y en algunos casos ni eso. Conozco muchos casos de personas (mayormente hombres) que juegan a videojuegos mientras están en paro y sus familias sufren. Lo típico era beber y sigue siendo muy popular, pero esta gente también existe.

Porque hay más libertad, más conocimiento, más capacidad de cambiar de opinión. Hay más opciones aparte de estudiar derecho, como tu padre y su padre antes que él, o por el mito de que "tiene salida". Ahora se puede aspirar a prácticamente cualquier cosa: solo hay que quererlo lo suficiente como para reunir el valor de descartar muchas otras cosas, que también son muy tentadoras.

Esta nueva perspectiva es fascinante y abrumadora. Se necesita de mucho valor para renunciar en un mundo que te enseña que todo te pertenece por derecho de nacimiento.

Por eso no funciona arrancar los cables de la consola, castigar, obligar a salir a la calle, coaccionar, chantajear y amenazar. Los "niños normales" han muerto. Ya no existe un modelo. Jugar a videojuegos ya no es anormal. Ya no es antisocial, o motivo de visita a un pediatra. Es una actividad increíblemente divertida, y cada vez aparecen más estudios que indican que incluso son beneficiosos para el desarrollo de las capacidades mentales de niños y mayores, como el pensamiento lateral y la coordinación.

Los videojuegos son una tecnología que va a permanecer en nuestra sociedad, porque no son el problema. No es una cuestión de prohibirlos o demonizarlos.

Ni aunque por mi experiencia con ellos pueda buscar razones para hacerlo.

Lo primero y más importante que debes saber es que tu hijo (al igual que tu si sois de la misma especie) tiene un cerebro diseñado y perfeccionado durante miles de años para buscar, desear y repetir la manera más rápida, potente y eficiente de estimulación que pueda encontrar. 

Por eso la gente come pizzas, ve porno y juega a videojuegos más que come verduras, mantiene relaciones estables o estudia. Por eso tu hijo seguramente hace las tres cosas y a su cerebro le encantan.

Es el proceso de la gratificación instantánea. Quédate con ese nombre. 

Lo que estimula a tu hijo, y lo que los videojuegos le ofrecen es: Escape temporal, Desafío, Crecimiento Constante Comprobable y Socialización. Esas cuatro cosas, también te estimulan a ti. 

No le digas simplemente a tu hijo que deje de jugar para ponerse a estudiar. Estudiar no compite en la misma liga. Es como decirle al equipo de fútbol de tu barrio que juegue contra el Real Madrid o el Barcelona y pretender que sea un partido igualado. Tu hijo sabe que es ridículo. Ahora tú debes saberlo.  

También debes saber, y esto es lo importante, que jugar crea tolerancia a largo plazo, y que esa tolerancia se crea más rápido y más fuerte cuanto más se juega. Si, como una droga. Los videojuegos no son una droga, pero la adicción a ellos produce cambios fisiológicos en el cerebro (o sea, que se ven en el cerebro, no solo en la mente) de manera que para entretenerse con el juego como al principio, debe jugar cada vez más, más horas, a más juegos. Por eso tu hijo primero deja de estudiar, y luego deja sus aficiones, porque ha entrado en el círculo de la tolerancia. 

Existen muchas razones por las que tu hijo puede empezar a jugar más de la cuenta. Aburrimiento. Pasar tiempo con los amigos (que también juegan). No tener alternativas de ocio, o que nadie se las ofrezca. Distraerse de un sistema educativo industrializado y obsoleto. Bullying. 

La solución a esto es dejarlo. De golpe. Es lo que llamamos el detox. Dejar de jugar durante 90 días (como mínimo) para permitir al cerebro que salga de ese bucle, en un contexto en el que lo que más te gusta es jugar, solo te gusta jugar, tu cerebro está físicamente condicionado para que no te guste otra cosa, incluso cuando antes te gustaba. 

Esto es la adicción a los videojuegos. 

¿Ha dejado tu hijo de hacer cosas que antes le gustaban, y en su lugar juega a videojuegos cada vez más? 

¿Se muestra a la defensiva o agresivo ante la posibilidad de tener que dejar de jugar?

¿Qué alternativas puedes ofrecerle que para que satisfaga sus necesidades de Escape Temporal, Desafío, Crecimiento Constante Comprobable y Socialización?

¿Cómo puedes apoyar racional y emocionalmente a tu hijo para que tome y asuma sus propias decisiones y sea capaz de valerse por sí mismo?

 

 

Edited by Hitaru
La función Spoiler estaba bugueada
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¿Cómo era mi vida antes de los videojuegos?

Mi madre era (solía ser) una mujer sin coraje ni autoestima, que me concibió de forma improbable con la ayuda apática de un (solía ser) charlatán alcohólico. Tengo bastante suerte de estar aquí, aunque en los "días malos" lo sigo dudando. 

Podría empezar la historia así, y a grandes rasgos estaría diciendo la verdad, o algo aproximado a la verdad. Darle un toque como de leyenda, decir que estaba destinado a heredar lo peor de cada uno, por un lado la tendencia depresiva y por el otro la adictiva. Pero no quiero que mi historia trate de los errores y los miedos de los demás, o que la gente piense que culpo a mis padres o al Universo. No, las circunstancias no las elige nadie, pero podemos elegir como reaccionar a ellas. No podemos elegir cómo sentirnos, que las emociones vengan y se vayan, pero sí qué acciones tomar. Y lo que haces, cómo gestionas esas emociones inevitables, lo que haces, eso es al final lo que te convierte en quién eres. Nada ni nadie más.

Pienso eso y sin embargo, a lo largo de mi vida, lo que no he hecho o he dejado de hacer me ha marcado mucho más que lo que sí he hecho. Si solo pudiera dar un consejo en toda mi vida, diría: "Hazlo. No hay imagen, reputación o ego que mantener si al mirarte al espejo no ves nada. No hay con quién quedar bien si nadie te mira, si ni siquiera te ves a ti mismo. Sólo hazlo."

Cuando tenía 6 años me declararon superdotado (no se si figurará en algún sitio) y me convertí en un producto de las expectativas de otros, hasta que secuestraron la mía propia. Perdí el derecho de sacar malas notas y ser mediocre. Pero por otro lado tampoco podía tener mis rarezas de listo, porque eso era "ser inadaptado". Y ser "normal", aunque era lo que mi madre más deseaba en el mundo, era imposible (imposible saber qué era ser normal para empezar). No podía dejarme caer en ningún sitio. No sabía quién era, y lo que más me dolía, quién se suponía que debía ser.

En mi casa la vida iba mal por la forma de ser de mis padres que he mencionado al principio. El alcoholismo de mi padre y su carácter cuando bebía eran lo peor con diferencia, pero luego mi madre se encerró en el trabajo y se creó otra dinámica tóxica. Me crié con mi abuela sobreprotectora, mis clases de Habilidades Sociales para Altas Capacidades y mis enciclopedias de cultura general y la Segunda Guerra Mundial. Durante años creo que vi más veces la cara de Hitler que la de mis padres. Aunque Hitler y Rommel no me dieron de comer, fueron mi madre y mi abuela con su esfuerzo inhumano. Quizá el problema (parte del problema) es que lo hicieron literalmente, metiéndome el tenedor en la boca hasta los diez años.

En la escuela no iba mucho mejor. Era el rarito, el que hablaba con palabras raras. Tenía un amigo al que sigo viendo, mucho más listo, y que en aquella época recuerdo como (lo que la gente entendía como) más rarito que yo. Pero él tenía la protección de los profesores y de los compañeros y honestamente, se la ganaba. Pensaba estratégicamente, hacía amistades y las cuidaba, sabía o intuía que tenía que decir o hacer. Yo no lo hacía. Era pedante, arrogante e insufrible, no me tragaba nadie.

No diré que me merecía el bullying. Pero fui un objetivo muy fácil. Al menos hasta que llegó aquel chico nuevo con Asperger en la Secundaria. En la comparación yo salía ganando en la escala de normalidad, así que poco a poco se perdió el hábito de meterse conmigo. Pero luego vino el aislamiento social, el no entender o no querer entender cómo funcionaban los "grupitos", el salir a beber, el ligar y todos esos ritos de paso.

Lo único que me libraba de aquello eran los videojuegos. Mi tío materno era muy fan de la gran estrategia (principalmente Total War) y los simuladores (Silent Hunter). Me los enseñó y me enamoré. Tenían todo lo que me gustaba: historia, megalomanía descarada, un cierto toque de humor negro... Mi tío ha sido siempre un gran cómico sarcástico y jugarlos con él era toda una experiencia. Era increíble. Los veranos iba a verle, viciábamos a pesar de la diferencia de edad, y me daba lecciones de vida como si se tratara de la personificación de "The Art of Manliness", una especie de John Wayne del campo andaluz. Todo era un espectáculo con un guión, pero me encantaba. Luego volvía a mi casa (nos separaban 4 horas de tren) y yo jugaba por mi cuenta, para poder ir el verano siguiente y superarle, ser digno de su respeto estereotipadamente masculino.

Por supuesto, se me fue de las manos.

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Empecé a jugar más de 8 horas al día y dejé de estudiar por completo.

En las películas los niños superdotados son una especie de robots psicópatas altamente eficientes. Pueden hacer de todo, casi sin intentarlo. Sobretodo son buenos en matemáticas y resolver crímenes.

Hay un libro que se menciona mucho en la comunidad, "The Slight Edge". No lo he encontrado en español, pero podría traducirse literalmente por "La pequeña inclinación". Ejemplo típico, una pequeña diferencia en el ángulo de un barco al salir del puerto marca toda la diferencia en el destino. De eso va "The Slight Edge": la teoría de que pequeñas acciones positivas, repetidas con mucha constancia, obtienen grandes resultados. Como ahorrar una moneda al día. Y al mismo tiempo, acciones fáciles, seguras o negativas, también pueden crear un patrón destructivo cada vez más difícil de romper. 

Eso fue lo que pasó con mis estudios. Para cuando tenía 14 años, era físicamente incapaz de estudiar. Nunca lo había hecho en serio. Se me suponía por edad que sabía cosas. Nunca las aprendí realmente. Saqué la secundaria por los pelos, con notas malísimas y varios suspensos en la matrícula. No me extrañaría enterarme de que tengo un 5 de media (o menos, con los suspensos). El superdotado. Lo que siempre se me dieron peor, fueron las matemáticas. (Y el ajedrez, que no entraba en la materia pero es cosa de listos también).

Mis padres se separaron, mi madre siguió trabajando para pagar montones de deudas que él dejó atrás y yo seguí jugando. Aunque en secundaria dejaron de meterse conmigo, seguía sin tener un grupo de amigos. Tuve que decidir entre darlo por imposible y pasar mi adolescencia odiando a todo el mundo, o convertirme en un bufón y dejarme pisar. Relacionarme con la gente de manera "normal" (no tóxica) no era una opción en aquel momento, y necesitaba sentirme aceptado en algún sitio, así que elegí ser el bufón, el payaso, ese del que se ríen de él y no con él, o según el día.

Luego de esa decisión, que en el momento fue más o menos subconsciente, conseguí mi grupo de amigos fácilmente; nuestra actividad favorita era, por supuesto, jugar a videojuegos. Aunque también me metí mucho en el anime y el rol de mesa, así que tenía más variedad en mi ocio. O sea en mi vida entera, porque no hacía otra cosa que estar ocioso. Al menos sí que tenía aficiones y pintas de empollón, eso lo alienaba todo un poco más (la contradicción del estereotipo de superdotado que esperaba con el fracaso académico de la vida real), pero lo aceptaba con más o menos naturalidad.

Con 16 entré en Bachillerato. Me cambié de instituto para poder estar con mis amigos de entonces. Empecé a vestir con camisas en vez de polos de colores lisos (odiaba "las letras" en la ropa) y a llevar un maletín para los libros de texto en vez de mochila, porque lo veía más acorde conmigo.

Años después descubrí que uno de los asesinos del famoso tiroteo de Columbine (o uno similar) vestía exactamente igual. Maletín incluído.

Me esforcé por hacer nuevos amigos y mantener los viejos a pesar de mi comportamiento (y aspecto) patéticos. Y probé por primera vez algo que me ha acompañado desde entonces: el teatro.

Y luego llegaron las chicas. Y dejamos las consolas por las chicas. Salimos perdiendo claramente, nos tendríamos que haber quedado con las consolas. No precisamente por culpa de las chicas, sino porque mi grupo se volvió más jerárquico y objetificar a todo lo que tuviera vagina se puso de moda. Si llevabas a chicas al grupo, si tenías alguna clase de influencia sobre ellas, eras carismático, poderoso, guay. Yo quería ser eso. Y f****r, claro.

En ese contexto conocí a la primera.

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No es una historia para contar aquí (por larga e irrelevante para el tema), pero al final quedé atrapado en una relación codependiente con esta chica. Lo que como mucho iban a ser unos meses se convirtió en dos años. Dejé definitivamente el instituto. Perdí a todos los que consideraba mis amigos. Pasaba todo el día, prácticamente todos los días, en casa de mi ahora novia. A veces jugábamos a rol con el único amigo que hice en este periodo (que a fecha de escribir esto mantengo), pero con el tiempo ni eso, acabé simplemente haciéndole compañía en el más básico sentido de la palabra, ocupando espacio en la misma habitación que ella mientras la veía jugar a Minecraft, un juego que yo le enseñé. El mínimo tiempo que tenía para mi y me quedaba en casa, por lo general cuando me ponía enfermo de ansiedad o depresión (o mentía), lo empleaba en jugar por mi cuenta. Estaba totalmente aislado.

En nuestra relación pasaron muchas cosas desagradables por su parte y por la mía, que no tienen que ver con videojuegos. Increíble cuánta violencia puede haber en una relación sin golpes ni insultos. En la atmósfera, en las actitudes, en el lenguaje y las acciones y reacciones calculadas al milímetro. La nuestra era una gran y abusiva obra de teatro.

Sabía que no tenía nada en la vida, que quizá esa vida no valía nada y no merecía la pena, pero al menos existía la posibilidad de empezar a construir de cero, de ejercer control y responsabilidad sobre esa nada. Y que mientras estuviera con ella eso sería imposible.

Tenía razón. 

Avance rápido al momento en que la historia colapsó y finalmente reuní el valor para dejarla. Mi vida estaba congelada. La gente que conocía y con la que había crecido ya estaba en la universidad. No tenía estudios, ni amigos, ni aficiones, las cosas en mi casa eran un desastre. Intenté reconectar con conocidos y salvo una o dos notables excepciones las demás fueron un fracaso increíble.

El más grande fue en Año Nuevo. Ese día casi todo el mundo sale a beber a la misma calle, y lo vi como una oportunidad de ver a mucha gente que había perdido, todos en el mismo sitio. Pero al ir saltando de grupo en grupo buscando conversación sin haber acudido como parte de uno parece que me salté alguna especie de regla social no escrita. Un amigo de toda la vida me dijo cuando me acompañó a casa que me había comportado como un rarito y que sus nuevos amigos de la facultad se habían sentido incómodos. Ah, el mismo que era bueno con los profesores, siempre un paso o diez por delante. Me sentí descartado, tirado a la basura. Viéndolo con perspectiva, entiendo a lo que se refería.

Había estado un año y medio hablando únicamente con una sola persona, y en el momento en que empecé a juntarme con otras me di cuenta que había empezado a tartamudear. Tartamudeaba cuando me preguntaban como me llamaba y me temblaban las manos cuando me preguntaban qué estudiaba, o qué hacía con mi vida. No sabía comportarme, ni tenía nada de qué hablar. No sabía encajar, ni podía aportarle nada a nadie.

Todavía me pasa o siento que me pasa, pero lo llevo mucho mejor. 

No tenía adonde ir, ni qué hacer. Jugué muchísimo, había pasado de 8 a 12 horas diarias, porque también dormía mucho. Cuando sentí que había fracasado socialmente, empecé a jugar más aún. 

Pasó un otro año. Ahora ya tenía 19.

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Un día decidí hacer una estupidez, y salió bien.

Casi nunca leo libros, me da ansiedad. He leído muchos menos libros de los que sería capaz de admitir, pero sé que algún día lo superaré. Leer es una de esas cosas que siempre me han forzado sutilmente (o no) a hacer. Te tiene que gustar leer. La gente "civilizada" lee. La gente culta e inteligente. Lo que yo debía ser.

Pero a pesar de eso a veces lo hago. Y mi vida cambió por estar leyendo en el momento adecuado. 

Concretamente el libro era "El Elemento", de Ken Robinson, una divulgación científica sobre el sistema educativo/motivación personal que recomiendo a todo el mundo. Leedlo, de verdad. Estaba en la parte en la que hablaba de una mujer británica que había conseguido mezclar sus dos grandes pasiones, la ciencia y la comedia. No me pidáis que recuerde cómo se llamaba, allí en Reino Unido será una eminencia pero yo no había oído hablar de ella en mi vida. En el libro está. Estaba contando cómo tuvo que marcharse de su pueblo al parecer un poco de paletos o por lo menos dejado de la mano de Dios, para marcharse a Londres que era donde estaba toda la movida, donde van todos los ingleses que quieren dedicarse en serio al espectáculo. Tuvo que dar el salto. Recuerdo que decía "Simplemente hazlo". Me lo decía a mí. O yo lo quise entender así. Estaba muy desesperado.

Lo iba a hacer. Iba a dar el salto. 

En aquel momento me gustaba mucho la política. Spoiler, es mi gran pasión, pero en aquel momento me interesaba mucho más, o me daba mucho menos miedo el qué dirán; no es una profesión de prestigio ahora mismo. Hasta me uní a las Juventudes Socialistas y fui testigo de las peores luchas internas del PSOE de su historia desde la guerra. El partido al que me uní es relevante porque da sentido geográfico a las decisiones que tomé después.

Era un jueves por la noche, o sea ya viernes. Metí en una pequeña mochila una muda, varios calcetines, una toalla, un cuaderno, un bolígrafo y "El Elemento", y quizá alguna cosa más que no recuerdo. Reuní todo el dinero que pude, unos 20 euros. Salí por la puerta sin decirle nada a mi abuela, que está mayor y ya apenas se entera. Fui al hospital donde mi madre estaba trabajando de noche y le expliqué la situación. Que me iba a Madrid, a buscarme la vida. Lo que no le dije es que mi idea genial era plantarme frente a la sede del partido y allí esperar simplemente a que ocurriera algo que me inspirara. Tampoco que lo leí en un libro. 

Mi madre me miró con sus ojos cansados, con su alma empañada de hacer siempre lo razonable, lo "correcto". Le dije (aproximadamente):

"Mamá, no te estoy pidiendo permiso, en mi carné pone que soy un hombre adulto. Te estoy dando la opción de ayudarme, o simplemente no hacerlo. Voy a irme igual. Si me quedo, puedo también tirarme por una ventana. No notaría la diferencia con cómo estoy viviendo ahora."

Mi dramatismo valió otros 20 euros, todo lo que ella llevaba en los bolsillos del uniforme. No me siento orgulloso pero creía que hacía lo correcto. 

Mi madre intentó negociar, me dijo que podía esperar al lunes, que ella me pagaría el billete. Era un buen trato, incluso aunque no hubiera estado intentando ganar tiempo hasta que se me olvidara, como todo lo demás. Pero yo ya me conocía y no podía caer en eso. 

Me despedí de ella como si fuera a comprar el pan aunque tenía intención de no volver. Me planté en la estación de tren.

Tengo que aclarar una cosa. Cuando tu familia te ata los cordones de los zapatos hasta los 14 años sin tener ningún problema en la cabeza o en las manos, no es muy probable que aprendas a hacer muchas cosas en tu adolescencia. Cosas cotidianas como cocinar por ti mismo o comparar precios en una tienda. O mirar un horario de tren. 

La estación estaba cerrada. Pasé varias horas en la calle, de noche, con ropa ligera. No me estaba muriendo pero estaba pasando el suficiente frío y humillación como para plantearme que ya había hecho bastante el gilipollas. A las seis de la mañana estaba a punto de dejarlo. Ni siquiera tenía dinero para ir a Madrid, no tenía dinero para ir a ningún sitio. 

Entonces llegó un hombre, según él italo-australiano, que había cometido el mismo fallo que yo con los horarios. Se presentó simplemente como Francisco. Si era verdad o era un vagabundo con mucha imaginación nunca lo sabré. Hablamos en inglés, que era lo que él entendía, y lo único útil que yo he aprendido de años de juegos, me preguntó que hacía allí y yo le dije la verdad intentando dar la menor lástima posible: que me había ido de casa y no sabía qué hacer ahora. Él me dijo que había pasado por lo mismo que yo, se metió las manos en la ropa gastada, sacó otro billete de 20 euros y me lo puso en la mano. No supe que decirle. Me quedé mirándolo como perdido, y solo pude darle las gracias. Luego me invitó a un café, bebimos mientras hablábamos y me daba ánimos, y tal como vino se fue. ¿No dijo que estaba esperando un tren? No soy religioso, pero si Dios existe se manifiesta así. 

Ahora tenía 60. Seguía sin poder ir a Madrid ni robando, pero podía ir a Sevilla (soy de Cádiz). Sevilla es la capital de Andalucía, donde gobierna el PSOE, siempre lo ha hecho y quizá siempre lo haga. Entonces no lo hacía en ningún sitio más, era 2014 y había habido una serie de elecciones (merecidamente) desastrosas. Lo racionalicé todo muy rápido. ¿Qué iba a hacer yo en Madrid? Allí no eran más que un búnker de burócratas seniles y muertos políticamente. En Andalucía al menos tenían algo de influencia. La inspiración debía estar entre los ganadores, no los perdedores. O algo así, no tenía ningún sentido. Además, en Sevilla tenía familia, podía recurrir a ellos si todo salía mal, mucho mejor que simplemente pasar el fin de semana en las calles de Madrid sin dinero y sin forma de volver. La decisión se tomó sola.

Llegué a Sevilla sobre las 8 de la mañana, y un taxi me dejó justo enfrente del sitio. Carísimo, pero había que ir con actitud. Me encontré con una puerta cerrada, literalmente. Así que me fui a desayunar. Al girar la esquina me topé con la Escuela Superior de Arte Dramático, o sea, una escuela pública de estudios superiores oficiales, lo más "serio" que puedes hacer para ser actor (sobre el papel por lo menos). Me lo tomé como un insulto. A mi me encantaba el teatro, pero nunca podría estudiar ahí, no tenía Bachillerato. Al llegar a la otra esquina había un bar, entré y me tomé unas tostadas con mucha, muuucha calma. Luego salí por el mismo camino y pasé de nuevo por la entrada de la escuela. Me di cuenta de que había olvidado la mochila que llevaba en el bar, así que volví corriendo a por ella. Pasé una tercera vez. Y una cuarta. Ahí decidí entrar. Por ver cómo era por lo menos.

El edificio era precioso, con una arquitectura y un patio grande estilo sevillano que daba impresión verlo. Salió a recibirme un conserje con cara de muy aburrido. Me preguntó si estaba allí para preguntar por las pruebas. 

- ¿Qué pruebas?

"Las de acceso", me dijo como si tuviera "necesidades educativas especiales". Le dije que aquello no iba conmigo, que era un despojo social sin estudios ni futuro. Lo segundo, lo primero solo lo pensé. Creo. Me miró aún más frustrado. "No hay problema, puedes hacer las de Madurez". Ni idea.

Al parecer, había unas pruebas pensadas para gente que no tenía Bachillerato. En la ley que regula las enseñanzas no dice "Bachillerato o equivalente" así que los que vienen de formación profesional también estaban obligados a hacer ese examen. O eso entendí, puede estar mal.

El caso es que había un examen. Oh sí. Esas eran las necesidades educativas especiales que necesitaba. Podía por edad presentarme a un examen que para convalidarme Bachillerato y entrar en lo que más me gustaba hacer en el mundo. Solo de volver a escribirlo se me saltan las lágrimas. Era como si pudiera viajar en el tiempo y "ganar" años, entrar con 20 a la universidad y no Dios sabe cuándo. Un equivalente legal de la universidad. ¿Pero qué mierda importaba eso? ¡Era un milagro detrás de otro!

El restó pasó a cámara superrápida. La puerta de la sede del partido acababa de abrir, pero ya me daba igual. ¿O era una metáfora? Llamé a mi madre, volví a casa y la abracé. Al día siguiente me metí en clases intensivas para preparar la Prueba de Madurez y al mismo tiempo la de Acceso. Ocho, doce, horas, todos los días de la semana, lo que hiciera falta. Tenía menos de tres meses para preparar las dos, y la de Madurez incluía un examen de matemáticas. Si no aprobaba una no podía hacer la otra, lo sabía, pero tenía que apostarlo todo. En mi cabeza no había otra cosa en mi vida. No, no había vida más allá de esas pruebas, suspender era morir. La vida se da por hecha, nadie (que no lo sepa de antemano) hace planes para morir el próximo junio, y de la misma forma yo no me planteaba suspender.

La prueba de madurez era en Málaga. Tomé un autobús, viajé 16 horas en menos de 48, busqué un hotel al llegar cerca del lugar de las pruebas, todo por mi cuenta. Nada mal para alguien a quien le habían estado atando los zapatos. En Lengua iba a sacar sobre un 6, en Matemáticas un 0 y luego lo compensaría con el 10 de Inglés. La clave era francés y la asignatura más difícil de predecir, Historia. Y entonces murió el ex-presidente Suárez y el rey abdicó. Ya está. Iba a caer la Transición. Por mis muertos. Y cayó. 

Entre unas notas y otras, la media me quedó en un 5 con unas pocas centésimas. Recuerdo que cuando vi la nota apenas si sonreí. Era como si acabara de salir de un quirófano, aturdido.

La prueba de acceso fue mucho más fluida, y no tendría que haberlo sido. Allí la gente estaba llorando, vomitando, con ansiolíticos. También es que los actores son precisamente un poco dramáticos por naturaleza. Para mi estar allí ya era un logro, estaba hasta divertido hablando y conociendo a la distinta gente que a lo mejor me quitaban la plaza, porque sólo podían entrar 48. Y allí estaba yo, con mi camisa muy bien colocada y mi monólogo de Chekov calculado al milímetro. Tan tranquilo que tropecé delante de los jueces cuando subía al escenario, sonreí y les disparé con los dedos como si fuera un gag. 

Saqué un siete, de los mejores. Glorioso. Para que no me tiren de hemeroteca, me refiero a la parte práctica. En la teórica saqué un cinco. Me preguntaron por "La gata sobre el tejado de zinc" y no me la había leído, pero echaron la película por la televisión el día antes y el resto lo improvisé juntando fragmentos gratuitos de la tesis de un colombiano que encontré buscando en Google.

Y de pronto estaba dentro. Iba a ser actor. No como hobby o como terapia como había estado haciendo desde que dejé a mi ex, actor como profesión. En verano una amiga a la que había conocido en esta gran pausa me presentó a una chica que había entrado para la misma escuela como futura escenógrafa, y esa conversación llevó a otras dos chicas con las que acabaría compartiendo piso. Todo estaba hecho.

Pero lo mejor era presentarme. No podía esperar para responder "Me llamo ****, y voy a ser actor". Una de las primeras cosas sobre las que escribí en este foro fue cómo sufría a la hora de hablar de mi a los demás.

Escribí: "Cuando conoces a alguien por primera vez lo primero que te preguntan es tu nombre y lo segundo a qué te dedicas. No tendría sentido no tener nombre; pues igual me siento por no tener oficio."

Ahora estaba completo. Por fin tenía una identidad, un nombre con "apellido". Estaba vivo y tenía sentido, sin más. Lo había conseguido.

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  • 2 weeks later...

Esta historia debería haber acabado aquí.

Me hice estudiante de interpretación, salí de mi casa, empecé a formarme profesionalmente en aquello que me había dado los mejores momentos de mi vida. Empecé a vivir por mi cuenta con dos compañeras de piso simpatiquísimas, cuando hacía no tanto no sabía siquiera cómo dirigirle la palabra a una chica. Conocí a compañeros y profesores increíbles, hasta los que se hacían detestar eran interesantes. Cada día era pura felicidad que nada, ni el ejercicio físico, ni las tácticas de sargentos asustaviejas de los profesores, ni el calor, ni la timidez, ni la disciplina feroz de los estudios, podía arruinar. 

Aquello duró un mes.

Una vez se agotó el entusiasmo inicial, vino la rutina. La rutina de ir siempre ahogado de tiempo. La rutina de no tener fuerza ni energía para mantener la exigencia física. De no saber vivir por mi cuenta, ni cocinar, ni comprar, ni limpiar. De vivir con dos desconocidas en una ciudad extraña. De levantarme temprano cuando lo había estado haciendo a las cuatro de la tarde durante años. De estar rodeado de gente guapa y talentosa, con vidas fascinantes y grandes proyectos de futuro. 

De pronto los plazos se sentían más cortos, las amenazas más estresantes, los ejercicios más duros, el cuerpo más pesado, la comida se acababa antes, la casa se hacía más estrecha, las palabras más difíciles de encontrar. Empecé a ir al médico por cosas que no me encontraban, dolores en todas partes, mareos, fatiga...

Y volvieron los videojuegos. 

Jugar, aunque sólo fueran dos horas, hacía que no me diera tiempo a estudiar o ducharme. Entonces me entraba la vergüenza de que mis compañeras de piso me vieran (y olieran) y no salía a cenar. Seguía jugando. Me acostaba tarde y me levantaba más tarde. No había nada para desayunar porque no había ido a comprar, porque comprar me llenaba (y aún llena, pero un poco menos) de ansiedad. Al no comer no tenía energía, así que sólo podía seguir en mi cuarto, durmiendo y jugando. Empecé a llegar tarde, hasta que un día no fui a clase. Y luego otro día, luego dos a la semana... También conocí a otra chica, con la que no buscaba nada serio pero me mandó con razón a hacer puñetas a la primera señal de dependencia. Esta vez no había excusa externa, el daño estaba hecho y me lo hice yo. 

¿Fue mi culpa? ¿Soy Fui un niño mimado que se dio con un muro de vida real? ¿Problemas del primer mundo? ¿Vagancia? ¿Excusas?

¿Enfermedad mental? ¿Adicción?

En tres ocasiones tuvo que venir mi madre desde Cádiz a traer comida y obligarme a ducharme. Si no hubiera coincidido que había hueco en su trabajo para poder venir quizá habría muerto, porque tampoco bebía agua. Mi familia de Sevilla se hartó de mí y de mis temporadas durmiendo en su casa y haciendo bulto sin ir a clase o cualquier cosa útil. Hubo muchas discusiones y peleas. 

Una mañana me desperté y pensé en suicidarme. Sentí que me daba igual. Me asusté mucho de ese pensamiento y fui al hospital. Estuve horas esperando, pasaron a todos los demás pacientes primero, aunque la primera enfermera que me atendió, prácticamente una abuelilla, fue muy dulce conmigo, diciendo las típicas cosas que se les dice a los suicidas. Cuando me quedé prácticamente solo en la sala, vino una enfermera y me hizo pasar a consulta. Me hicieron una pequeña entrevista en la que no supe decir qué me pasaba. La médico, que no debía ser mucho mayor que yo, escribió en el informe: "Lacónico y poco colaborador". Luego me hicieron entrar por otra puerta y me sentaron en el banco de un pasillo. Me dijeron "Espera aquí". Era la zona de psiquiatría. Como en las películas, había una señora gritando al fondo que luego paró, a veces se oían golpes metálicos y arrastrar de zapatillas. Pasó muchísimo tiempo en el que pensé que no podía caer más bajo, que ya estaba donde los locos. Entraron entonces otra vez dos uniformes blancos a los que no miré a la cara, me recomendaron quedarme en observación y acepté. Me asignaron una habitación, me cambié al pijama y sentí que estaba en mi sitio. Extrañamente feliz. Casi podía oír a mi madre burlándose, diciendo: "Siempre te han gustado los médicos", como siempre dice para ridiculizarme. La comida de hospital me supo deliciosa. Luego intenté dormir. A mitad de la noche entró un montón de gente forcejeando con un hombre borracho y agresivo. Lo pusieron a dormir en la cama de al lado, creo que había mezclado alcohol con medicamentos. Pedí en voz baja que se fuera y a la vez que se le fuera la cabeza y me estrangulara. 

A la mañana siguiente me dieron de alta y me miraron como a un mendigo que había ocupado desvergonzadamente un espacio público, pero yo me sentía mejor. Ese día entendí que ya no había nada que hacer y no duré mucho más en Sevilla.

Cuando volví a Cádiz estaba destrozado. 

Siempre había sido muy delgado, pero ahora estaba en las últimas. Mi madre empezó a tratarme como si no fuera a salir de nuestra casa jamás. Iba a quedarme para cuidar de mi abuela con deterioro cognitivo, luego de ella y luego a saber quién cuidaría de mi. No lo dijo, quizá ni lo pensó, pero creo que lo dio por hecho en alguna parte de su mente. No podía seguir viendo a los amigos que había hecho allí, ni tenía nada que hacer aquí. Estaba otra vez de vuelta y atrapado en un pozo sin futuro.

Pero lo peor pasó en mi cabeza. Debería haber muerto. Ojalá hubiera muerto. Eso hubiera tenido sentido. Lo que no tenía sentido era seguir viviendo después de haber tenido esa oportunidad y haberla desperdiciado, haber fracasado. A veces todavía lo pienso. Ahora mientras lo escribo, lo estoy pensando. Supongo que aún no lo he superado del todo. 

Aquel verano pasó en blanco, no recuerdo nada. En septiembre tenía la oportunidad de presentarme, recuperar un mínimo de créditos y por lo menos conservar la matrícula. Pero no me atreví, lo di por perdido.

No cometí un error, cometí dos. Ese fue todavía peor. Fracasar no se compara con rendirse. Mi vida había acabado.

Ahora ya sólo había videojuegos. Lo habían conseguido. 16, hasta 18 horas al día de videojuegos. En septiembre y octubre de ese año, llegué a jugar 20. Pasaba días sin comer y ducharme. No apagaba el ordenador, me desmayaba en el sofá, dormía unas pocas horas y apenas podía abrir los ojos otra vez seguía jugando por donde lo había dejado. Siempre los mismos juegos de estrategia de un jugador en los que ni siquiera era bueno. Los de toda la vida o similares. Como una droga a la que le coges cariño y es como una amistad más. Estaba totalmente destruido.

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En noviembre de 2015 volví a pensar en suicidarme. Pero antes de hacerlo intenté dejar los videojuegos, para agotar todas las opciones. 

Así soy yo, siempre orgulloso y perfeccionista, qué cosas. Si no hubiera estado 100% seguro de que no había nada que hacer no habría podido morir tranquilo, y entonces no habría sido capaz de suicidarme. O quizá solo lo estaba racionalizando porque era un gusano cobarde capaz de soportar los mayores niveles de miseria con tal de seguir respirando. O tal vez sí que tenía que hacer algo en la vida y no podía morir sin descubrir si era verdad o simplemente una fantasía egocéntrica e infantil.

No sabía exactamente la razón, y todavía no la sé, pero tomé una decisión. No era una decisión muy firme, pero no tenía absolutamente nada más que hacer en la vida, así que por qué no.

Hice una búsqueda en google sobre "dejar los videojuegos" y me encontré con el subreddit de /stopgaming. Escribí brevemente que era adicto y @Cam Adair respondió, me saludó, me habló del foro y del canal de YouTube, etc. Vi las charlas TED y parecía que bien podía ser yo el que estaba hablando.

Recuerdo que fue lo primero que me impresionó: ver a Cam ahí, hablando en un auditorio, con los andares bruscos y la voz quebrada por el miedo escénico. No era el típico "speaker" motivacional que se comía el escenario y del que pensaba que estaba a años luz, como Tony Robbins. No, este tío era "normal", era como yo, un chaval con una pasión frustrada (en su caso el hockey), que también había tenido un largo encontronazo con el bullying, las relaciones sociales, la depresión y los videojuegos. Y había conseguido salir tras muchos años y sin pretensiones, sin "conquistar el mundo", solo con esfuerzo y una aceptación drástica de si mismo, de sus problemas y sus soluciones.

Que la historia de Cam se pareciera tanto a la mía en algunos puntos fue lo que me convenció. Si hubiera sido menos sincero o menos específico con lo que le pasó no le habría dado mucha importancia, me habría inspirado un rato como el resto de las charlas y vídeos y luego adiós. Por eso creo que es un caballo ganador y por eso creo que contar los testimonios con valentía y sin querer vender nada es lo que marca toda la diferencia. Simplemente la verdad, nada de "y luego mi pene creció 15 centímetros"; la verdad al final siempre supera al marketing.

Pero a todas esas conclusiones llegué después, ahora solo tenía un sentimiento abstracto de que aquello podía funcionar. Y efectivamente no me creció nada en los órganos reproductores, aunque tampoco llevé un seguimiento. 

Lo que siguieron fueron semanas de puro infierno.

Creía que lo había pasado mal hasta aquel momento, pero no tenía ni idea. Ataques de pánico, sudores, pesadillas, fiebres. De pronto tenía que enfrentarme emocionalmente a todo, a mis miedos, a mis fracasos... ya no podía simplemente jugar para olvidarme o pasar el rato, tenía 16 horas al día todos los días de existencialismo. Fue horrible.

Tampoco pude dejarlo del todo, pero casi dejé de jugar. Estaba ocupado intentando varias cosas, una obrilla de teatro por aquí, unas clases de dibujo por allá, pero estaba perdido. A los dos meses un amigo me rescató e hicimos grandes planes pero la cosa no salió bien. Intenté volver a estudiar, entrar en algún grado superior, pero me acobardé, no estudié para la prueba y eso hizo que nos peleáramos. Además él era informático y aspirante a desarrollador de videojuegos, nunca entendió demasiado lo mío.

Al tiempo nos reencontramos y nos disculpamos, pero pasó lo mismo, mucho hablar y luego nada. Pero eso entonces no lo sabía.

Perder a aquel amigo del que había dependido últimamente para todo me afectó y usé la excusa para quedarme encerrado en casa ese verano y recaer. Estuve tres meses jugando. Pero ya no era lo mismo. Ya no conseguía desconectar como antes, ahora solo sentía culpabilidad, la sensación de que debería estar haciendo otra cosa, que tenía que haber algo más en la vida.

El 28 de agosto de 2016, a las ocho de la tarde, después de un "atracón" de juego, cambié el correo electrónico y la contraseña de mi cuenta de Steam y la solté al mar de Internet. Lo bueno de los atracones es que me dejaban la mente nublada y llena de remordimiento, así que aproveché para hacer una locura. Pensé que me arrepentiría muchísimo, pero luego sentí paz y mucha emoción, la misma sensación que había tenido las pocas veces que había hecho algo bien en la vida. Era buena señal. 

Además ya no podía volver aunque quisiera. Me había hecho adicto a los logros, mi orgullo me impedía comprar los juegos otra vez y jugar pirata no era lo mismo. Perdí dinero, unos 500 euros o más, pero no me dolió, llevaban años amortizados. Tuve la "suerte" de haber jugado compulsivamente a unos pocos juegos y siempre solo, así que no perdí tanto ni me desconecté de ningún amigo. Renunciar a personas que aprecias por hacer lo que necesitas y es mejor para ti es muy duro. Una de nuestras tareas como comunidad es intentar paliar eso. Deberíamos ser capaces de ayudar a que la gente se una, no aislarla aún más. Tener una historia común y haber vivido emociones con las que todos podemos empatizar (por experiencia) es una gran base. 

Recuerdo que lo primero que hice fue contárselo con mucha ilusión a unos amigos. Me llamaron loco y exagerado, se enfadaron por "haber tirado el dinero" y tuve más peleas. ¿Por qué esa reacción emocional a algo que no tenía que ver con ellos? ¿En qué se sentían atacados? ¿Pensaban que me sentía superior? Esas son otras preguntas que tenemos que contestar. En un mundo en el que el 97% de los jóvenes juegan a videojuegos, no podemos permitir que nos vean como a reprimidos, reaccionarios, o una secta. La decisión que tomamos es muy difícil. Renunciamos al placer inmediato para salir del ciclo de la huída, del miedo y la derrota. Y no lo hacemos por sentirnos mejor a nadie. Lo hacemos por nuestra salud y nuestra felicidad a largo plazo. Estar entretenido no es lo mismo que ser feliz. Nuestro objetivo es vivir una vida de la que podamos estar orgullosos. Todo el mundo debería tener ese derecho. Con videojuegos o sin videojuegos.

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¿Qué fue de mi vida después de los videojuegos? - 12 de Septiembre, 2017

Llevo 410 días sin jugar. En este tiempo he viajado a 5 países en 3 continentes. Viví un mes en Argel y vi el desierto, un sueño de mi vida. He conocido al que creo que es mi primer amor de verdad, con quien tengo una relación honesta y sincera. Tengo un título de C1 en inglés, pronto tendré un C2 y he aprendido a aceptar que mi gran pasión (intelectual) es la política, aunque a alguna gente por desgracia le moleste. He hecho amigos que, siendo pocos en número, me quieren sin exigirme nada y valen por cientos. Y toda la gente interesante con la que me he encontrado, incluyendo esta comunidad. 

Parece que este es el típico final en el que todo se arregla y se comen perdices, pero la vida no funciona así. La vida es cambio, movimiento. Puede que haya salido del pozo pero ahora hay que encontrar la ciudad. Todavía no tengo estudios, que es algo que me acompleja muchísimo, y mi forma física es lamentable. Sigo viviendo con mi madre, la posibilidad de encontrar trabajo en la región con más paro de Europa es escasa y no sé muy bien que voy a hacer a continuación. Aunque parece que he hecho mucho, o a mí me lo parecería si viajara al pasado un año, lo que suelo hacer en un día normal todavía sigue siendo prácticamente nada.

¿Merece la pena? Sí. Siempre. Todos los días. 

Para empezar, mis defectos, mis debilidades y mis problemas son míos y para mí queda arreglarlos. No puedo decir que todo el que deje los videojuegos va a tener síntomas de abstinencia como si dejara la cocaína, va a sentir apatía, necesitar años de recuperación o que le va a pasar esto o lo otro, bueno o malo. Tampoco puedo decir que dejar los videojuegos hará que tu vida cambie de la noche a la mañana por el simple hecho de dejar los videojuegos.

Esto es solo mi historia, lo que me pasó a mí. Tú eres diferente, tienes tu propia historia. 

Lo que sí puede ser es que entiendas lo que sentí porque tu también lo hayas sentido. Puede que te sientas así ahora por algo que esté sucediendo en tu vida en que los videojuegos también tengan un papel principal. Te aseguro que aunque no tengo una varita mágica para solucionar tus problemas, ni tú los míos, no estás solo o sola. Aquí sabemos cómo es. Yo lo sé. Lo he vivido.

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  • Hitaru unlocked this topic
  • 2 months later...

2017 y 2018 pasaron muy despacio.

2017 y el principio de 2018 los recuerdo particularmente vacíos. Hice algún intercambio, fingí ser Community Manager para Game Quitters (mi ansiedad me impidió ejercer ninguna responsabilidad y lo dejé oficialmente hace unos meses, en 2019). También intenté entrar en la Armada. El cliché dicta que si me dedico a la política, luego me dirán que me traumatizó de alguna manera no conseguir entrar. Pero la verdad es que ni me molestó el rechazo ni realmente lo intenté en serio. Pero me satisfacía poder decir que estaba haciendo algo y la posibilidad de un sueldo. Y llevar uniforme, ¿porque soy un marica fetichista, quizá? Y no me avergüenzo. Lo que recuerdo con más cariño es conocer a mi pareja de la manera más millennial posible y los primeros pasos en la relación que, a fecha de esta entrada, continúa. Me dijo que leía este diario. Si lee esta parte, le saludo cordialmente.

En 2018 viví durante 6 meses en Italia, haciendo un voluntariado para el Servicio de Voluntariado Europeo. Propaganda de los burócratas, pero toda una oportunidad para los perdidos en la vida como yo, que defenderé hasta la muerte si es necesario. Fue mi primera experiencia real de convivencia y aprendí mucho. 

También sufrí mucho, porque las primeras semanas no usaba para nada el ordenador. Aunque había dejado los juegos, seguía viendo muchísimo porno y otras tonterías para evadirme y perder tiempo. La abstinencia volvió y de nuevo los ataques de pánico, la sensación de estar enfermo y el perpetuo miedo a la muerte, que me ha acompañado siempre y había estado acallando con fingidas dominaciones mundiales delante de una pantalla. Mis compañeros me apoyaron como buenamente pudieron; si también leen esto les estoy, aunque a día de hoy sólo uno entiende español, eternamente agradecido. En cualquier caso empecé a usar el ordenador de nuevo, al principio un poco, luego un poco más. Volví a ver porno, leer relatos y jugar a juegos con contenido para adultos (de los que me da vergüenza hablar porque me siento ridículo; y debería hablar), pero también me distraía hasta con la Wikipedia. No llegó a sabotear mi experiencia, pero la mermó, sobretodo al final. Pero en general, la media de aquel voluntariado fue profundamente positiva a nivel personal y creo que me cambió la vida. 

Cuando volví a casa estaba perdido, como si me hubieran dejado en una parada de autobús desconocida en mitad del campo. La idea abstracta de que tenía que entrar en la universidad flotaba en mi cabeza, pero no terminaba de cuajar en un plan concreto. Mi novio había decidido marcharse a hacer un proyecto del tipo que yo acababa de terminar, esta vez en Rumanía y no volvería en un año. Me apunté a clases para preparar la prueba de acceso para mayores de 25 años (o en mi caso 24), pero en la práctica solo tenía un papel firmado, un resguardo del banco con clases pagadas pero nada más, aún tenía que ir y el examen quedaba lejos. Lo que sí estaba cerca, tan cerca como en mi propia casa, y era muy concreto y materializado, era el ordenador.

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Recaí y estuve a punto de no presentarme a las pruebas.

Al final recobré el sentido a dos semanas del examen y me puse a estudiar, a estudiar la manera de hacer como si hubiera estudiado. Supongo que entendí que aunque me aterraba enfrentarme a la responsabilidad de la vida adulta, que sentía (y sigo sintiendo) como el coma antesala de la muerte, tampoco podía esconderme y escapar para siempre. Tenía una relación que debía pagar con funcionalidad en lo cotidiano, se me estaba empezando a caer el pelo, había que buscar un trabajo, en fin, vivir ser un adulto. Así que desperté, al menos lo suficiente como para pasar el examen sin pena ni gloria. No hubo alegría tampoco cuando conseguí entrar en la carrera a la primera; casi siento la necesidad de disculparme, por mi molesta tendencia a sabotear con apatía los momentos y logros importantes de mi vida. Al final decidí enfrentarme a mi armario vocacional y elegí Ciencias Políticas. Habrá mucha gente, allí en Cádiz, que se reirá mucho cuando se entere. Casi desearía que simplemente desaparecieran, no sólo por evitar las bromas, también por el bullying; simple justicia cósmica por su escasez de calidad humana. La mayoría, realmente, debería no estar por la pereza de tener que contar por qué no empecé a estudiar hasta los 25. Pero bueno, la gente se muere cuando se muere. 

No lo he dicho realmente en serio. 

El verano también pasó entre partida y partida. Pude ver a mi novio y a mis compañeros del voluntariado en Grecia, pasé algunos de los mejores días de mi vida y luego seguí jugando, como si todo lo bueno, como si toda la vida que había en mi vida fuera un intermedio, una pausa, un sueño, otro juego. No ha habido hasta ahora un hilo o consistencia en lo que he vivido más allá de que mi madre lo ha pagado todo, y la razón de esa sensación de existencia intermitente ha sido (aparte de mi cabezonería para admitir que en el fondo soy feliz y no me falta de nada), los videojuegos. 

Pero ese verano pasó y esta vez el ordenador se ha quedado en casa. De modo que aquí estoy ahora, en otra ciudad, viviendo otra vez con desconocidos, a punto de empezar otra carrera, una que amo y detesto casi por igual (esas son las que se terminan), escribiendo desde el móvil a las 4 de la mañana para intentar distraerme de la angustia que me produce cocinar para sobrevivir, o los 'cravings', el mono de los videojuegos que he dejado literalmente atrás. Lo repetitivo de la rutina y lo que la detesto subjetivamente me hacen pensar en la muerte y si la vida será esto, poner lavadoras y reponer la nevera hasta el final (y estudiar, cuando empiece, para luego trabajar). Salgo a la calle y no tengo a dónde ir, puedo ir a todos sitios y a ninguno al mismo tiempo. Es como si el script de este 'juego' hubiera acabado hace tiempo y todos nos hubiéramos quedado así, sin saber muy bien qué hacer a continuación. Solo que el cuerpo se te pudre y eso le da una sensación de urgencia (y en mi caso, de anticipación). Esta noche en concreto es la primera que de verdad siento ganas de volver corriendo a casa, dejar toda esta tontería de vivir y estudiar y ponerme a jugar. Quizá esta sensación no desaparezca y la siga teniendo en los momentos malos. Quizá me esté muriendo un día y piense "Mierda. Cómo me gustaría estar jugando." ¿Y qué? Aquí estoy. Sin más.

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  • 4 months later...
  • Hitaru changed the title to [ES] La historia de ****
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